jueves, 15 de enero de 2009

BUENOS AIRES PIERDE SUS PLAYAS



Las playas bonaerenses más cercanas a Buenos Aires, tan desaforadamente anchas allá por 1950, ¿seguirán existiendo en el 2050? Entre el calentamiento global, que está acelerando la suba del nivel marino, y las políticas municipales de uso de este recurso, la respuesta es: no.
El caso de libro es el Partido de la Costa. Este hiper-municipio une en una ringla los balnearios viejos y nuevos del litoral noreste de la provincia: San Clemente, Las Toninas, Santa Teresita, Mar del Tuyú, San Bernardo y Mar de Ajó, donde la fiebre de hiperconstrucción se volvió letal y alteró la pulseada entre sedimentación y erosión que estabilizan la playa a favor de la erosión. Las playas fueron adelgazando...
Entre 1992 y 1993 hubo sudestadas catastróficas: el mar saltó por encima del exiguo relicto playero y entró en estampida por las ciudades, rompiendo casas, destrozando calles y pulverizando negocios. Pasada la racha, la playa, que normalmente asume el perfil de un lomo de burro entre la pendiente hacia el mar y la pendiente hacia la base de los médanos, quedó chata, al ras del oleaje, mojada siempre, incluso en marea baja. No había un metro de arena seca donde tirarse a tomar sol.
Poco amigos de perder publicidad, en general los medios no abundaron sobre esto. Pero lo recuerda bien el doctor Jorge Codignotto, geólogo especializado en morfología de costas de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA e investigador independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).
Y anuncia cosas por venir, según el doctor Vicente Barros, climatólogo de la carrera de Ciencias de la Atmósfera de la Universidad de Buenos Aires: “Antes de los ’70, había una media de 2,5 sudestadas severas por año. Ahora son 7, porque debido al cambio climático, de aquí a fin de siglo no sólo tendremos el mar entre 60 centímetros y un metro más alto en todo el mundo, sino que se desplazó unos 200 kilómetros hacia el norte el “ciclón” o centro emisor de este tipo de vientos”.
Dicho de otro modo: ahora el anticiclón pega de frente.El vientito sudoeste de todos los días es “pro-playa”: provoca olas que traen arena desde el fondo marino hacia la costa, y trabajan a favor de la sedimentación. Pero una sudestada machaza viene con olas de dos metros, montadas además sobre una “marea de tormenta” que levanta el mar otro par de metros más, como tirándolo de los pelos. Y este oleaje es totalmente “anti-playa”, erosivo: las olas penetran la costa en profundidad, y en su turbulento retroceso se llevan millones de toneladas de playa mar adentro.
El asunto es qué hacen entonces los representantes del pueblo y administradores de este recurso: ¿son sedimentarios o erosivos? Descúbralo a continuación.
El idiotario básico

Sigue la guía básica del perfecto destructor de playas. Por razones de espacio, aquí sólo se enuncian los tres principios básicos y un cuarto opcional.

Primeramente: nunca se olvide de que la playa debe ser la fuente de arena de la industria de la construcción. Codignotto calcula que el 90% de la construcción de la ciudad de Bahía Blanca se hizo con la arena de la cercana playa de Monte Hermoso. Y esos monoblocs playeros al estilo Berlín Oriental, tan bonitos, que se ven en el Municipio de la Costa, requieren de mucha arena. La playa, que se arregle. A fecha de hoy hay un solo intendente acusado por robo de arena, y en realidad se lo acusó de tantas otras cosas que quedó como nota al pie.
Segundo, que no haya diferencia entre playa y red de calles, como si la playa fuera una calle más. Dixit Codignotto, esto fue norma en todo el litoral arenoso al norte de Punta Médanos, y barrió enteramente con la primer línea de dunas, repositorio natural de arena de la playa, y segundo escalón de defensa de la ciudad ante las tormentas”. Haga como los genios inmobiliarios y municipales que arrasaron las dunas de Pinamar para crear una avenida costanera. Saque esos médanos de porquería que no lo dejan ver el mar. Y entonces verá como el mar viene hacia Ud.


Tercero: diseñe las calles en cuadrícula y asfáltelas bien. Las meandrosas calles de arena de Gessell, Pinamar o Cariló absorben agua de lluvia. Las calles rectas, asfaltadas, impermeables, en pendiente y que cortan la playa en ángulo recto, en cambio, forman raudales perfectos, Niágaras instantáneos. No hacen falta grandes lluvias para excaven grandes cárcavas en la playa, y arreen la arena mar adentro. Cada calle de Santa Teresita que intercepta la playa en ángulo recto, logra expulsar 10 toneladas de arena mar adentro –es decir un camión bien cargado- con cualquier modesta lluvia de 15 milímetros.
Es lo que muestra la primera imagen aérea de Santa Teresita, una ciudad trazada y crecida como para quedarse sin playa en absoluto, y a punto de lograrlo.Si con estos tres consejos Ud. logró transformar una playa de 100 metros de ancho en otra de 20 en menos de un cuarto de siglo y el turista ABC1 ya no pinta ni en foto, porque se le fue a Brasil o a Uruguay o a cualquier lugar donde Ud. no sea intendente, hay método otro infalible para completar su trabajo: siembre espigones. Para las constructoras es otro negocio redondo, resulta un buen modo de crear nuevos impuestos y además, se muestra obra: “Estamos salvando la playa, canejo”.
Estamos salvando a las constructoras, tal vez. La playa bonaerense tipo reacciona ante los espigones volviéndose discontinua e intransitable. Debido al vientito sudoeste, confiablemente pro-sedimentario, en la pared sur del espigón se amontona un triangulo de arena fuertemente escarpado. Pero a la misma altura del espigón, en su pared norte, ya no hay sedimentación de arena y Ud. ahí mira un pozo de dos o tres metros de fondo. El resultado total es una ringla de “pocket beaches”, playas de bolsillo, encerradas entre defensas de hormigón armado como no las construyó ni Rommel cuando hizo la Muralla Atlántica. Bellísimo. Miramar y Mar del Plata son ejemplos de libros de texto.
Pero a esta altura de las cosas a Ud., Sr. Intendente, le pueden parar el carro. Ya hay antecedentes. “En 1993 el Municipio rechazó un plan de construir una línea de decenas de espigones al estilo de los de esos balnearios, recuerda el biólogo José Dadón, investigador del Conicet, “un programa de 16 millones de dólares diseñado por empresas de construcción, ingenieros hidráulicos de la provincia, concejales y ningún geólogo en sedimentos”.
Quien pinchó este salvavidas de hormigón armado fue el ingeniero en costas holandés y argentino José Loschacov, invitado entonces como asesor del Municipio. Y usó argumentos que le presento a continuación:
¿Por qué nace o muere la playa?

Las playas bonaerenses existen gracias a un poco mentado mecanismo de transporte de arena: la “corriente de deriva”.
La cosa empieza cuando las olas aportan a la costa conchilla y roca pulverizadas oriundas del fondo marino. El grano de arena así ingresado al innumerable catálogo de nuestras playas queda un tiempo allí, en la berma litoral. Si es fino, el viento lo arrastra hasta un médano, donde se queda hasta que la primera sudestada fuerte obliga al médano a devolverle material a la playa, y el subsiguiente temporal se lleva parte de la playa al fondo somero del mar.
Hasta ahí, el grano hizo un viaje de ida y vuelta al mar en perpendicular a la costa. Pero como el oleaje viene casi siempre con una componente sureste debido al viento, cuando ese grano, algo más gastado, reingresa por tercera vez a la playa, “desembarca” un poco más al norte. Es lo que se ve en la imagen aérea de Santa Teresita: ahí Ud. ve la dirección general de los trenes de olas, y en el relicto de playa que queda, ve marcada la trayectoria zigzagueante de la arena en su camino hacia el noroeste.
Repítase el ciclo “n” veces, y se verá cómo un grano grueso de arena que inicia su profesión playera bastante grueso en Bahía Blanca puede terminar miles de años más tarde (muy adelgazado por tanto camino zigzagueante de mar a tierra y viceversa) en Punta Rasa, al norte de San Clemente. La “corriente costera de deriva” vuelve así a las playas bonaerenses una especie de larguísima cinta transportadora de arena, con dirección general hacia el norte. Que es adonde la arena es más fina y bonita, porque llega más gastada y molida.
Un bosque implantado para fijar médanos interrumpe un poco el componente eólico de esta cadena, algo que muestra que es imposible mejorar un paisaje sin empeorarlo también un poco. En fin, habría que ser idiota para quejarse de los bosques que han vuelto habitable y visitable la antaño árida costa marítima porteña, pero otro asunto son los edificios de departamentos. Un frente de consorcios altos “con vista al mar”, construídos cuadradamente sobre la playa, eso es desastre en fija. Al norte de esa barrera, la playa se queda inmediatamente sin arena de la de reposición eólica. Allí se corta un eslabón de la corriente de deriva.
Si Ud., como intendente progresista (y algo amigo de las constructoras) además eliminó la línea de médanos para hacer una avenida costanera, la playa ahora queda como una cuenta corriente de arena a la que de pronto le falta el “back-up” de una caja de ahorro, o de unos buenos plazos fijos. Dos o tres retiros fuertes, y te quedás sin fondos. Los retiros fuertes se llaman sudestadas severas, y ya le conté que cada vez son más en cantidad y gravedad. Las imbecilidades municipales obran sobre un único componente de la corriente de deriva: el sedimentario. Literalmente, lo liquidan.
Pero el componente erosivo de la corriente de deriva sigue trabajando, y está cada vez más activo debido al cambio climático: el mar sube. El asunto es que a fuerza de hacer calles en cuadrícula, pavimentarlas, y permitir construcciones cuyo factor de ocupación de cada terreno (el famoso FOT) terminan sepultando los balnearios bajo asfalto y cemento, se logran tres cosas:
a) La playa desaparece, pero el balneario sigue adelante como puede con la vida nocturna. Un dealer, ahí.
b) El tejido urbano resultante se parece tanto al del conurbano porteño que el turismo ABC1 abandona el lugar.
c) Desaparece el agua potable.
Brindar con agua mineral
Esto último merece una explicación aparte: las costas medanosas bonaerenses tienen pequeños acuíferos de agua dulce, que se recargan constantemente con las lluvias, que en general superan los 1000 milímetros anuales. La recarga es fácil, porque la arena es MUY permeable.
Bajo las arenas del balneario y la playa, este acuífero necesita bastante presión para no ser desplazado por otra masa de agua contenida en la arena y con la que generalmente se topetea pero no se mezcla: la marina, que es salada. Si el acuífero costero pierde presión, empieza a ser desplazado y empujado tierra adentro por el “frente” de agua marina. Y entonces las canillas de la ciudad, alimentadas por pozos municipales, de pronto empiezan a escupir agua salada.
¿Ud. conoce mejor modo de despresurizar un acuífero dulce que ponerle encima una tapa impermeable, de modo que la lluvia no se pueda infiltrar y recargarlo? Lo lograron plenamente en sitios como San Clemente, ciudad tan de cemento y asfalto que ahora debe traer el agua potable desde tierra adentro, por cañería y a través de muchos kilómetros de distancia.
Pero el crecimiento urbano desmedido tiene más modos de estropear los acuíferos costeros, a través de los pozos ciegos. Los intendentes son rapidísimos para permitir construcción en altura y de alta densidad, pero hábleles de hacer redes cloacales y conectarlas a plantas de tratamiento de efluentes líquidos, y se ponen lentísimos. ¿Ud. vio alguna planta de tratamiento en algún lado del litoral bonaerense?
El resultado es que incluso en sitios “paquetes” y que vienen escapándole a la impermeabilización inmobiliaria, como Cariló, el agua de pozo –la que sale por las canillas- tiene un contenido bacteriológico que mejor no veas. Ahora si lo que Ud. toma es agua “potable” de la red de Costa del Este, otro sitio finolis, se entera quiera que no, porque se va a pescar una diarrea heroica por coliformes. Ahí se vive de agua envasada.
¿Empieza a ver el cuadro completo? Lo invito a sacar conclusiones.
En 1993 el Municipio de la Costa le dijo que no a las constructoras y sus espigones, pero no se atrevió a la solución heroica que ofrecía el doctor Federico Islas, Director del Centro de Geología de Costas de la Universidad de Mar del Plata. El especialista propuso que en los balnearios más amenazados se arrancaran las primeras manzanas de edificación costera (glups) y se suplantaran reconstruyendo artificialmente la vieja línea de médanos.
A fecha de hoy, esa salida drástica sigue careciendo de campeones que la defiendan. Si no surge alguno, con el cambio climático operando en contra, los sitios con gran sobreconstrucción costera como San Clemente y Santa Teresita, cuyas playas ya prácticamente desaparecen solas cada invierno, están condenados. Van a ser ciudades fantasma, y con frentes demolidos por el mar.
El 29 de noviembre de 2006, el gobernador Felipe Solá inauguró el fin de la complacencia bovina de la Provincia frente a las tropelías municipales, y sacó el decreto 3202 para reglamentar la ley Nro. 12.257. Los médanos se vuelven intocables (donde todavía quedan), las urbanizaciones nuevas deben limitar el tamaño de sus frentes marítimos, los FOT nuevos son bajos para tratar de que los nuevos emprendimientos no superen los 60 habitantes por hectárea, queda prohibido construir nada sobre los médanos que no sean pasarelas flotantes, y detrás de los médanos hacia tierra adentro hay que alejar la construcción entre 30 y 50 metros de la línea de base, según el caso… etc.
Mi sensación es que, en los balnearios ya existentes, Solá cerró el establo cuando ya el caballo se había escapado. Pero tal vez la reglamentación de la ley frene un poco las bestialidades nuevas que se tratarán de perpetrar en los decrecientes espacios despoblados.
Daniel Arias

martes, 6 de enero de 2009

Cohete Tronador: escalera argentina al cielo





Hace dos meses la Argentina, cuya población cree que dejó atrás toda pretensión de construir cohetes en 1990, se sorprendió de saber que en 2008 había lanzado, sin mayor ruido mediático y exitosamente un par de cohetes experimentales de diseño propio, el Tronador I y el II.



Y va por más: la Comisión Nacional de Actividades Espaciales, motor de este desarrollo, quiere hacer más vehículos de potencia siempre creciente hasta que en 2012 se llegue a un Tronador 2.2 de casi 20 metros de altura y más de 57 toneladas de peso, una bestia capaz de inyectar en órbita un satélite de 200 kilos a unos 500 kilómetros sobre la Tierra. Cuando esto suceda –y probablemente sucederá-, seremos el octavo país del mundo en tener capacidad propia de satelización, y un posible competidor en el mercado de la puesta en órbita.



Siguiendo tradiciones de su director, el Dr. Conrado Varotto, la CONAE no hizo mayor secreto del asunto Tronador, pero no avisó a los medios. La cosa se supo mucho más tarde en el curso de un taller para 35 sorprendidos periodistas científicos organizado por el Ministerio de Ciencia de Córdoba en el Centro Espacial de la CONAE en Falda del Carmen; donde tratamos el tema el doctor José Astigueta, por parte de la CONAE, y luego yo como periodista independiente invitado. La Voz del Interior sacó el asunto en tapa, al día siguiente lo hizo La Nación, y durante dos o tres días fue un tema nacional.



Es que ésta es la historia de un triunfo de la voluntad, esas cosas que en la Argentina suceden más bien poco. Si hoy, cuando este desarrollo está sucediendo, cuesta creerlo, hace una década, cuando todavía el país era esclavo del –valga la contradicción- pensamiento menemista, era impensable.



Sin embargo, la idea de que la Argentina volviera a tener una escalera propia al cielo nació en lo más hondo de ese período llamado el “Apocalipsis cholulo”. En 1998 Varotto se sometió a que yo lo reporteara por parte de la entonces llamada revista XXI –con la misma alegría con la que uno va al dentista– y le pregunté sobre su proyecto de cohete, que entonces no se llamaba Tronador sino VENG (Vehículo Espacial de Nueva Generación). El diálogo se dio así:

–¿Qué va a tener de avanzado el VENG?
– Todo. El sistema de propulsión, el de guiado, los materiales. Todo.
–Clarín habló de combustible líquido. ¿No será hidrógeno, verdad? ¿O se trata de hidrocarburos almacenables a temperatura ambiente?
–No descartamos nada. Es todo lo que te voy a decir.
–¿Y el sistema de guiado?
–No te pienso decir nada. Va a ser avanzado. Punto.
–¿Y los materiales? ¿Plásticos compuestos? ¿Metales reforzados? ¿Cerámicas especiales?
–Nada. No te voy a decir absolutamente nada, Arias.




Y así quedaron las cosas.




Vale volver a insistir: esto fue publicado en 1998, con una industria nacional arrasada, el país ya reconvertido a sultanato sojero con vista a la City porteña, el programa nuclear desmantelado por tres gobiernos al hilo (Alfonsín, Menem y más Menem), el programa aeronáutico destruído y entregado a la Lockheed Martin, los sistemas educativo y científico en sus máximos históricos de inopia, disgregación e inefectividad. ¿Quién lo iba a creer?

Peor aún, el doctor Conrado “Franco” Varotto, quien decía sin dudar que iba a construir un cohete, estaba al frente de la primer agencia espacial del mundo hecha para NO hacer un cohete. En efecto, la primera misión de la CONAE fue sustituir decorativamente a la vieja Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE). Aquel organismo de la Fuerza Aérea tenía tres décadas de experiencia en cohetería de combustibles sólidos, y fue clausurado –las instalaciones casi fueron dinamitadas– en uno de aquellos ataques de relaciones carnales del canciller Guido Di Tella. Y eso porque la CNIE se había atrevido a desarrollar los misiles Cóndor I y II.




LLEGAN UN ZORRO Y UN FIERRERO.




Nacida la CONAE bajo tan malos signos, reconozco que a lo sumo yo esperaba que se dedicara a la decoración interior de congresos con posters satelitales. Nunca habría creído que tendría suficiente cabeza y cintura como para romper el molde criollo de “la ciencia por la ciencia misma”, y disciplinara las fuerzas dispersas del sistema nacional de investigación tras un proyecto estratégico y útil, un “fierro” concreto que le diera competitividad al país y dejara know-how en ingeniería. Y sin embargo, sucedió. Sólo que muy de a poco y sin levantar polvareda.



La historia sucedió así. Uno de los primeros administradores de CONAE, el astrónomo Jorge Sahade, desempolvó el proyecto de satélite científico SAC-B (un detector de grandes fuentes explosivas cósmicas de rayos X), viejo proyecto alfonsinista. Obviamente, La Embajada –que había presionado desde 1983 por el desmantelamiento total del proyecto Cóndor de la CNIE- no tenía nada en contra de este aparato, que no le daba pie a la Argentina ni siquiera para volverse un jugador marginal en el mercado de la observación de la superficie terrestre.



Pero Sahade era un zorro viejo: hizo construir el tal aparato por INVAP, la firma barilochense de tecnología nuclear, último bastión del know-how atómico del país, que en aquel momento se desangraba por dos tajos terminales en yugular y carótida: el doctor Carlos Menem, siguiendo lo iniciado por el doctor Raúl Alfonsín, había hundido a la CNEA (primer mercado de INVAP) y luego Di Tella le había cerrado el acceso a Medio Oriente (su segundo mercado).



El SAC-B, y luego el C, contribuyeron a salvar a la única firma de alta ingeniería del país. Ésta ya sabía hacer reactores, pero el diseño y construcción de ambos satélites le significaron algo más de 15 millones de dólares, lo que en momentos de apuro terminal le permitieron evitar el cierre. Pero de yapa, aprendió arquitectura de satélites. Hoy INVAP avanzó de tal modo en ese nuevo negocio que además de estar construyendo y diseñando tres aparatos gigantes para la CONAE (al SAC-D Aquarius, y los SAOCOM I Y II), de paso y cañazo recibió contratos para armar dos satélites de comunicaciones (los más complejos de todos, a 200 millones de dólares por pieza) para la firma AR-SAT.



Entre tanto, la CONAE se dispone a construir “en casa” (es decir en Falda del Carmen) su línea satelital compacta, la de los satélites SARE. La capacitación total dejada en el país es simplemente enorme. Es para sacarse el sombrero. Y se ignora, pero sucedió.
Cuando se fue Sahade entró a la CONAE Varotto, fundador de Invap, director del proyecto de enriquecimiento de uranio de Pilcaniyeu de la CNEA, el hombre decisivo en la exportación de los primeros reactores nucleares argentinos a Perú y Argelia. Varotto hizo lanzar al espacio el SAC-B heredado de su predecesor y se encogió de hombros cuando el satélite murió en órbita por falla del cohete experimental que nos habían endilgado los Estados Unidos, el Pegasus XL.



“El Petiso”, nombre casi oficial de Varotto, a esa altura de su carrera ya un “fierrero” legendario, se encogió de hombros, porque tiene otro tipo de cabeza. En oposición a la ciencia dispersa típica de la Argentina, lo de Varotto son los grandes proyectos estratégicos, audaces, aplicados, concretísimos y terminados. Entró, husmeó y “dio vuelta” a la CONAE: la puso a mirar para abajo. Desde su llegada, en pleno menemismo, toda la línea de satélites planificada por la casa (SAC, SAOCOM y SARE) se diseña para observar la Tierra y generar información de utilidad directa para la economía, las empresas y el gobierno.



Cómo hizo Varotto para venderle al gobierno más vendepatria que recuerda la historia argentina un proyecto tan a contrapelo de su filosofía, es un misterio. Pero lo hizo.




¿VAMOS AL ESPACIO A DEDO?




Con su satélite SAC-C, Varotto inventó además dos cosas rarísimas: cómo ir al espacio “a dedo” y “en vaquita”. Con las tres novedosas cámaras que le puso a bordo (diseño by INVAP), Varotto le vendió el SAC-C a la NASA como un posible generador complementario de información óptica sobre agricultura y medio ambiente, capaz de funcionar en red con los satélites yankis Landsat 7, Eos y Terra.



Convencida, la NASA “se puso” con el lanzamiento (12 millones de dólares gratis, qué tal). Simultáneamente, para embretar a más países en el SAC-C y diluir costos para la Argentina, Varotto logró que no sólo los Estados Unidos sino también Italia, Francia y Dinamarca pusieran sensores a bordo de la plataforma. Y con esta “vaquita satelital” creó uno de los aparatos orbitales más complejos de la historia: tiene once sensores a bordo, cuando la media en la industria es de dos y gracias. En INVAP, donde maldecían en japonés cada vez que “El Petiso” se llegaba con un nuevo país-socio y sus sensores, se volvieron locos para empaquetar tantas cosas en 480 kilos de satélite, y que todas funcionaran sin interferirse entre sí.



En lo político y organizativo, a la CONAE hoy le viene al pelo formar parte de la Cancillería (lugar donde la puso Di Tella para tenerla vigilada), porque su abordaje del modo de ir al espacio (en vaquita y a dedo) depende mucho de la diplomacia argentina. Es más, se ha vuelto una rama nueva de la misma. No es lo mismo –como lo descubrió Cristina Kirchner- irse al norte de África a fomentar comercio bilateral con esa región cuando uno ya tiene vendidos un par de reactores nucleares en la zona, y además puede ofrecer satélites. Y en la posición de país respetable en este rubro nos colocó el SAC-C. Lanzado a fines de 2000, este multisatélite ya ha durado tres años más de lo esperable; debe estar bien hecho. Si los satélites fueran autos, éste es un Mercedes Benz o un Volvo.



Tras semejante seguidilla de goles, cuesta, o más bien duele volver mentalmente a 1998, cuando Varotto anunció el cohete VENG (hoy Tronador). El SAC-B había fallado, el SAC-C no existía y había que tener la fé de un santo para pensar que alguna vez se construiría. A la CONAE no la conocía ni su madre y, ventanas afuera de la agencia, reinaban unas relaciones carnales que otra que el Kama-Sutra. Y Varotto, en semejante año, hablando de hacer un cohete argentino. Mi artículo en XXI lo leyó muy poca gente y no lo creyó nadie. A duras penas, yo. Y algunos otros que sabemos que El Petiso rara vez habla al cuete, incluso hablando de cuetes.



Hoy estamos en otro mundo. La primera novedad es que la CONAE ya hizo tres de esos cohetes Tronador. La segunda es que funcionaron. Y la tercera es que se vienen más, uno en 2009, otro en 2010, otro más en 2011 y el que probablemente termine siendo nuestro “jeep” espacial multipropósito: el Tronador 2.2, en 2012.



La Argentina viene subiendo cosas a órbita desde 1998, pero ya no tendrá que llegar ahí a dedo.




UN CUÉTE NADA MILICO




Los cohetes pueden usar combustibles sólidos o líquidos. Los militares aman los primeros: son livianos, portátiles y se disparan a toque de botón. Como contra, una vez encendidos no se pueden apagar, de modo que lo único controlable es la dirección, pero el tiempo de vuelo y el alcance o altura máximas vienen “preseteados”. En plan de una puesta en órbita de precisión, los cohetes sólidos tienen entonces las mismas desventajas que un hacha para la neurocirugía. Nacido como misil militar y por ende más cerca del hacha que del bisturí, el Cóndor II tampoco era un buen hacha, es decir un buen misil: poco preciso por la falta de un buen sistema de guiado, no le podía pegar a nada. Esto no significa, a mi entender, que abortar el proyecto haya sido bueno para el país.



Los cohetes de combustible líquido, a diferencia de los sólidos, se pueden encender y apagar a voluntad: son muy controlables. En revancha, como misiles resultan bastante inútiles. Eso lo descubrió Saddam Hussein en 1991: sus Scud soviéticos eran pulverizados a bombazos en tierra en las dos o tres horas que tomaba irlos cargando –con los dedos cruzados– de líquidos altamente volátiles, tóxicos e inflamables como la hidracina. Aún subidos en camiones que los dispersaron por todo Irak, ocho de cada diez Scud de Hussein fueron “embocados” en tierra sin llegar al disparo.



En realidad, los últimos misiles líquidos de la historia que tuvieron cierto éxito militar fueron también los primeros: las bombas voladoras V-2 de Werner Von Braun en el ’44 y el ‘45. Pero el propio Von Braun, tras una seguidilla de explosiones en torre de lanzamiento durante el desarrollo de este arma, decía que el secreto estaba en volver la V-2 un poco más peligrosa en el sitio de aterrizaje que en el de disparo.



Los Tronadores tienen propelentes líquidos almacenables a temperatura ambiente (hidracina como combustible y ácido nítrico como oxidante): nada nuevo bajo el sol. Hay otras mezclas líquidas, las criogénicas (hidrógeno líquido enfriado a 271 grados bajo cero, y oxígeno líquido, a 160) que dan mucha mayor potencia por kilo de combustible y oxidante, pero le quedan muy lejos a la industria y la tecnología locales. Y es que la idea de la CONAE es la de tener un cohete nack & pop, 100% argentino, un fierro “cincuentoso” por los líquidos que quema, pero muy moderno por electrónica y materiales, algo que se pueda construir sin que naides nos deje en tierra al negarnos algún componente crítico importado. Y si ésa es la idea, cierra por todos lados.

El Tronador 2.2 está, además, muy pensado en relación a la próxima moda satelital. En materia de observación terrestre, en lugar de pocos aparatos que andan cerca de la tonelada de peso o arriba, se empieza ver es que es mejor tener varios satélites mucho más livianos, sencillos y sin tanto sistema duplicado, sin tanto back-up. ¿Y por qué? Porque cuando muchos minisatélites funcionan en red, el dueño multiplica la capacidad de observación: mientras duren, ven más y mejor y con más frecuencia dos aparatitos que uno solo grande. Y si se te cuelga uno, te queda el otro. Así nace conceptualmente la línea de satélites livianos SARE de la CONAE, que andarán por los 200 kilos la pieza. Y el Tronador en su versión 2.2, el que Varotto quiere lanzar en 2012, está pensado a medida para la tarea



Dicho todo esto, se entiende que cuando la CONAE lanzó sus Tronadores T1, T1b y VS-30 con combustibles líquidos, el mensaje no expresado de su organismo rector, la Cancillería, es bastante claro: “Boys, estamos en la industria de la puesta en órbita. Y sin pisar ninguna delgada línea roja, ¿ok?”.



En esto de no ofender a los países condoricidas se llega a la exageración. Cuando en junio del año pasado y mayo del corriente se lanzaron los Tronador I y IB desde las inmediaciones de la Base Naval de Puerto Belgrano, La Embajada (sí, ésa) figuraba en la lista de invitados. La segunda vez, ni se calentaron en venir. No somos una preocupación.



En el interín, en diciembre de 2007, se ensayó desde Natal, Brasil, un “combo” argento-brasuca: un Tronador líquido montado como segunda etapa sobre una primera brasileña de combustible sólido. Los brasileños usaron el dúo para mandar una carga científica a una altura suborbital de 140 kilómetros, y la CONAE aprovechó para testear los sistemas de guiado y control de la etapa líquida. Destaco el asunto, porque es uno de los pocos campos en que los brasileños, en general remisos a meterse en asuntos espaciales con la Argentina, nos tienen que tratar como a iguales, les guste o no.



Y es que ellos están muy lejos de tener la vaca atada. El desarrollo de cohetes líquidos tiene sus yeites: en 2003 un VLS brasileño estalló en la base de Alcántara al momento del lanzamiento y mató a 23 miembros del programa espacial de nuestros vecinos. Cosas que pasan en este tipo de emprendimientos. El que no quiera pagar el precio del algún accidente –y esto es mejor decirlo ahora- tiene la opción es hacer la plancha y quedarse afuera de la industria, como comprador bobo.



Y sería una imbecilidad adoptar esa posición, porque la Argentina resulta, quiera o no, un sitio espacial, y no porque haya puesto a Gardel en la Luna sino por ser el octavo país del mundo en superficie, y también una economía muy agrícola, y de paso también uno de los países más proclives del planeta a catástrofes naturales, y como remate, el dueño de una población escasa, cuya pésima distribución genera grandes vacíos geográficos de información. Para enterarse de en qué anda su agricultura o cuál es el contenido de humedad de sus suelos, o qué bosque se está por incendiar, y dónde y cuánto, la Argentina necesita de información generada por satélites propios, cuyo tiempo de uso esté disponible al toque y que no haya que andar mangueando a otros países.



Eso explica por qué hay que tener satélites propios, ok. ¿Pero cohetes también? Miremos las cuentas. Alquilar lanzadores de otros países anda por los 12 millones de dólares el viaje, y eso si se consigue pasaje, que puede haber demoras de años. En contraposición, como dijo el doctor “Pepe” Astigueta, a cargo del proyecto Tronador, el desarrollo completo desde el primer prototipo flaquito suborbital de 2007 hasta el monstruo 2.2, capaz de satelizar 200 kilos de 2012, costará 4 millones de dólares.



¿Es negocio?



Es negocio.

Daniel E. Arias